Goya y la abolición de la tauromaquia
2016
Composición de seis dibujos a tinta con seis aguafuertes de la primera edición de la tauromaquia de Goya
Goya no dejó texto alguno sobre el porqué de Tauromaquia, como sí hizo con Los Caprichos o Los Desastres de la guerra. Entender por qué compuso unas imágenes tan descarnadas e inusuales cuando su situación económica era muy complicada, debido a motivos familiares y falta de encargos, es un enigma. Se acercó al mercado de la estampa taurina que estaba en auge debido a asuntos monetarios pero, sobre todo, por la necesidad de superar los duros años vividos durante la guerra mediante un tema mucho más ligero en apariencia. Quizá no previó que en las corridas de toros iba a encontrarse con el germen de la brutalidad y sinrazón humana que denunciaba en sus otras series.
El debate sobre su posición frente a la fiesta podría seguir consumiendo textos y artículos. Hay mucha especulación y, pese a que durante más de un siglo el relato hegemónico fue que Goya era un aficionado a los toros, no fue hasta 1961 cuando un estudio, el del inglés Nigel Glendinning, proponía a un Goya crítico y más cercano al ambiente antitaurino de su época. No es de extrañar que la idea viniera de Inglaterra, país que más de un siglo antes de Goya había prohibido los “hostigamientos de toros” y que había dado lugar al origen de los derechos animales desde el ámbito del pensamiento utilitarista con el principio del tratamiento humano que Jeremy Bentham escribió en 1791. ¿Pudo Goya haber leído el tratado de Bentham donde, sobre si los animales no humanos deben ser considerados moralmente, escribió: “El asunto no es ¿pueden razonar? Ni, tampoco, ¿pueden hablar? Sino, ¿pueden sufrir?».
Sinceramente no lo creo, y sería muy ingenuo proyectar conciencia animalista en la España de aquellos años. Es mucho más probable que sus fuentes tuvieran que ver con la Carta Histórica de Moratín o el Arte de torear de Tixera, como escribió Lafuente Ferrari. Ni al artista zaragozano ni a prácticamente nadie en el ambiente burgués proilustrado le preocupaba la “cuestión animal”, ni la ética sobre el sufrimiento de los animales. Constancia queda, a través de sus cartas a su amigo Zapater, de que le gustaba ir a cazar e ir a los toros, pero esto era con un Goya de 35 años que todavía no había quedado sordo, ni se había enfrentado al Santo Tribunal por su serie Los Caprichos, ni presenciado las atrocidades de la guerra.
Concluir que Goya era taurino por una carta escrita a un amigo invitándole a los toros en 1781, sin tener en cuenta el giro que la Revolución Francesa supuso en su cambio hacia ideas liberales ni el descreimiento que mostró tras la guerra hacia las posiciones políticas que había defendido, es tan raquítico como afirmar que yo soy aficionado al fútbol por haber ido a ver partidos con mi padre hace años, pese a que actualmente y tras haber conocido las actividades mafiosas de la FIFA y su uso por parte de gobiernos como instrumento de control político social, lo aborrezco y critico cuando tengo la ocasión.
La relación del artista con Jovellanos y otros ilustrados antitaurinos como Vargas Ponce debió influir en su opinión. Sus litografías Plaza partida o Diversión de España, pertenecientes a su serie Los toros de Burdeos, sí son claramente antitaurinas, lo cual sin duda pone en entredicho el empeño monopolizador de la Tauromaquia por parte del mundo taurino pero, en el caso de que Goya fuera reacio a los toros, su preocupación no era otra que la condición humana. Para mí, la frase con la que Sánchez Ferlosio cerraba un artículo en 2012 podría ilustrar lo que Goya quizá pensaba mientras hacía aquellos aguafuertes: “Mi ferviente deseo de que los toros desaparezcan de una vez no es por compasión de los animales, sino por vergüenza de los hombres”.
Así pues, y con doscientos años entre la publicación de Tauromaquia y la exposición Otras tauromaquias. En el II Centenario de La Tauromaquia de Goya, que actualmente puede visitarse en la Calcografía Nacional, su mirada nos vuelve a epatar. Parece lanzarnos preguntas sobre nuestra suerte, sobre si seguimos atormentando a los toros y por ende a nosotros mismos. Para la ocasión he trabajado en una serie de dibujos que, partiendo de un diálogo con Goya, exponen mi pulsión personal y muestran la continuación lógica de un movimiento social que ve en la tauromaquia una crueldad indefendible y anacrónica para la moral de nuestra época.
Al acercarme a sus estampas originales me vi en cierta manera demandado por Goya a acercarme a él, entender bien sus imágenes y poder explicarle que los bóvidos son seres vivos con alma que sufren, sienten terror y desamparo al ser hostigados y torturados de una manera muy similar a la nuestra. Que la ciencia descubrió que razonan, que tienen conciencia y para nada son los “autómatas complejos” que Descartes dijo. Que la violencia que muestran sus grabados, la violencia contra los animales, sienta las bases sobre las que se sostiene toda injusticia, ruindad e infamia de la sociedad que criticaba, además de sus monstruos, fruto del lapso de la razón.
De esta manera he contado cómo veo los toros hoy en una sociedad y un mundo muy diferentes. Con casi un ochenta por ciento de la población en España que rechaza la continuidad de esta costumbre, en muy pocos años hemos vivido un tardío pero urgente cambio de rumbo social y una revolución en política antitaurina. A partir de 2012, año en que se abolieron las corridas de toros en Cataluña, tanto las decisiones de ayuntamientos y municipios de todo el país cancelando las subvenciones públicas a la tauromaquia como las advertencias de las Naciones Unidas sobre la vulneración de los Derechos del Niño que los toros suponen, muestran que los Derechos Animales han entrado en las agendas de la política.
Ahora nos toca trabajar en la cultura, entender que la Tauromaquia sí forma parte de ella como el vendado de pies de niñas para conseguir el “pie de loto” es parte de la cultura china, o la ablación del clítoris es parte de la cultura de buena parte de África central. Y lo seguirá siendo, pero para que los toros acaben mostrándose en los museos de Historia y Antropología como un vestigio de nuestro pasado, tal y como deberían llevar siglos, primero el arte debe desmarcarse y sacudirse esta lacra. Ya no hay que ser cautos como Goya. Los artistas tenemos una deuda y una responsabilidad si queremos que nuestra sociedad cultive a las próximas generaciones con nuevas ideas y mitologías que respondan a nuestra mejor faceta, imaginar otro paradigma que aparte aquellas tradiciones que insisten en seguir perpetrando los peores crímenes y barbaridades.
Santiago Talavera, abril de 2016