Geología de la humanidad
Geology of mankind. 2019
Acrílico, collage, rotuladores, lápices de color y spray sobre papel. 160 x 120 cm
Extracto de la conferencia inaugural del ciclo EL FIN DEL MUNDO. Una agenda para otro planeta en CENDEAC, Murcia, el 10 de mayo de 2021
De los escenarios encontrados que suelen recoger mis trabajos, este es sin duda uno de los más singulares. Se trata del antiguo bar O Avión en la entrada de Barro, Pontevedra que, tras más de 20 años cerrado por sus dueños, Modesto y Manolo, se asoma día y noche en medio de una parcela. Encontrarte este fantasma de armazón reaviva la fascinación por las ruinas y te lleva inevitablemente al decadente encanto de alguna construcción soviética o central hidroeléctrica abandonadas. Las memorias sobre este lugar me iban llegando en forma de comentarios de amigos y conocidos gallegos que habían estado allí de pequeños. Un día leí esta columna de Guillermo Alonso en El País:
“Lo veía, alucinado, cuando iba a casa de mis abuelos en la aldea. Un día convencí a mi padre para que subiésemos. Por dentro, si no recuerdo mal, era una taberna pequeñita sin ninguna referencia aeronáutica. Un camarero silencioso, tres vecinos tomándose un vino, todos guardando un elegante pacto de silencio, como si fuera normal estar dentro de un avión en medio de los árboles.”
Así comencé a pintar estas construcciones semiabandonadas y débilmente sujetas como metáfora de nuestro presente, de una crisis sistémica y ecológica en un planeta enfermo. “Para los geólogos futuros, nuestro impacto podría parecer tan repentino y profundo como el de un asteroide”. Estas declaraciones del geólogo Jan Zalasiewicz, (autor de The Earth After Us: What legacy will humans leave in the rocks) generaron un impulso de trabajar en esta obra con la intención de emplazar O Avión, esa ruina del siglo XXI, en un futuro dentro de quizá miles de años. El Antropoceno, ese hiperobjeto que nos trae a vueltas, fue el motivador del título de esta obra titulada “Geología de la humanidad”.
Esta escena se fue transformando durante el proceso en un territorio fértil en el que probar una superposición de lo pasado y lo futuro y especular sobre una nueva relación espacial con lo artificial y lo no-humano. La sensación caleidoscópica que quería conseguir respondía en parte a la visualidad 360 de insectos como libélulas. La obra, casi pastoral, con los cerdos y ciervos campando plácidamente, resuena en nuestra memoria reciente debido a los vídeos de animales tomando los espacios urbanos durante los estados de alarma en 2020: cientos de macacos en las calles del centro de Lopburi, Tailandia. Coyotes merodeando las calles de San Francisco, etc…
En las redes sociales las opiniones más variopintas rondaban normalmente el deseo de una vuelta a cierta wilderness, con una casi rotunda aceptación de que la práctica urbana contemporánea supone hábitats incompatibles -si no destructivos- con la mayoría de animales no humanos salvajes. Las interpretaciones de estas reapariciones de animales no humanos reflejaban una creencia metafísica muy común, cercana a la idea autorregulativa de la hipótesis Gaia de Lovelock: la naturaleza nos manda señales de una sabiduría oculta. Fernando González Sitges, director ejecutivo de la Fundación Bioparc, advertía en aquellos primeros meses de la pandemia:
“lo primero que sorprende es el poco conocimiento que tienen los habitantes de las ciudades de la fauna que les rodea. Antes de la crisis los pavos estaban en los parques, los zorros y jabalíes entraban por las noches a buscar las basuras o los jardines en la periferia de las ciudades, los halcones y cernícalos anidaban en los grandes edificios urbanos… Pero el urbanita nunca se había fijado en ellos. Demasiada prisa para fijarse en la vida que te rodea”
Sobre la pandemia se ha escrito mucho: el tiempo sin tiempo, una reconocimiento de nuestros ecosistemas domésticos, biopolíticas y necropolíticas de los cuerpos… sin embargo a mí los animales me parecen siempre los grandes ausentes. Salvo algunos artículos que en 2020 señalaban a los mercados húmedos como causantes de los primeros contagios, el debate colectivo profundo sobre cómo nos alimentamos o cómo nos relacionamos con otras especies ha vuelto a quedar en segundo plano. Como veíamos al inicio en el gráfico de los nueve límites planetarios, hemos provocado la sexta extinción masiva de especies debido a nuestro sistema alimentario además de la minería, la tala y otros usos del suelo. De nuevo, la inmensa dimensión del problema cae en saco roto en nuestra conciencia y no queremos reconocer nuestros errores.