Manuel Anceau, sobre “Dévoiler le monde”
Date : 14 julio, 2023
Manuel Anceau: Profesor y escritor, se interesó por el Art Brut desde muy joven y ha colaborado en numerosos proyectos como Rouge ciel, un essai sur l'art brut, un film de Bruno Decharme (2009) y Adolf Wölfli: Creador del Universo (2013). Escribió el epílogo de Ruines de Perrine Le Querrec (2017), el prólogo de The Book of Books (2021) y varios prefacios para las publicaciones de la Galerie Christian Berst.
Todo encuentro no es si no una aventura, o al menos una apuesta, y el encuentro propuesto por Graciela García en «Desvelar el mundo. Obras de Andrés Fernández y Santiago Talavera» resulta ser una apuesta acertada. Lo es en primer lugar, debido a que revela una conexión entre dos obras que a simple vista, parecían destinadas a nunca encontrarse «físicamente». En segundo lugar porque por muy absortas que parezcan cada una en su individualidad, es precisamente su yuxtaposición la que parece «abrirnos» una puerta de acceso.
Si es juntando dos trayectorias que se aniquilan o, magnetizadas del mismo polo, se alejan: esto es lo que se puede observar en numerosos choques, irreflexivos, o simplemente carentes de materia prima (obras mediocres).
Aquí el encuentro es minucioso y si parece tan bien concebido, con discreción, por parte de la directora –agradecemos a G. García por ir contra su tiempo– es porque la « materia prima » es adecuada.
Se puede inclinar la balanza del lado de A. Fernández, o S. Talavera, esto es una cuestión personal, pero obviamente no es lo que propone G. García: sino (para aquellos que prefieran una u otra), entender mejor esta preferencia. Y para quien aprecie ambas: encontrar, en cada uno del los corpus de obra, una tercera creación, formada por pedazos de una y de la otra, los unos pareciendo subtitular a los otros.
De S. Talavera pensamos en las páginas sueltas de un vasto atlas, páginas ensuciadas, desgarradas, que ningún ojo humano (ni animal) leerá: archivos inútiles, para una memoria que no pueda encajarse en ningún tiempo. El tiempo ha volado dejando huérfano el espacio: aquí los lugares parecen gritar que no saben, o que no saben más de quién vienen, de quién son hijos. Ya que también (después de un cataclismo –o incluso no: el simple deslizamiento de los seres y las cosas, el deslizamiento del mundo en una parálisis prevista, anunciada) el tiempo se rompe aquí, estalla en escombros, como un cristal cuyos fragmentos viajan, llevados por el viento. Pero este viento mismo, ¿qué es entonces sino el soplo-testigo que, antaño, estalló: con una meticulosidad contemporánea (acercándose a veces al “lamer”), pero traduciendo un gusto un tanto romántico por la belleza, la resonancia de las ruinas – la obra de S. Talavera (lo que se nos muestra en este encuentro) es como una crónica que no cuenta nada, me refiero al efecto del soplo del fin de los Tiempos.
La vida aquí ya no es más capaz de poner en marcha de nuevo el « carrusel » del mundo (ni siquiera enviar un cohete hacia el futuro): abundan las «atracciones» vacías, como si el corazón del mundo se hubiera detenido, porque ya no hubiera motivo para hacer de la vida una fiesta (incluso triste). Hay en efecto allí, impidiendo alegría alguna, una terrible « herida » (título de un dibujo llamativo, donde se exhibe un cráter como una herida en la carne del mundo) pero todo el arte de Talavera es dejar al espectador completamente incapaz de decir si esta «herida» es el cuerpo herido (la catástrofe última), o si es el cuerpo mismo (entonces no hay catástrofe, es la vida misma la que es esta catástrofe). Memento mori quizás, pero pintado con una dulzura tan extraña, una manera tan curiosa de « dejar descansar a la Muerte » (como se deja descansar la masa de las tortas, para hacerlas más ligeras), que uno duda, por fin si esta obra habla en el lenguaje del futuro, si quiere ser « profético », o más bien (lo pienso), si se refiere a algún big bang inicial – y entonces los escombros aéreos que tapizan esta obra serían los pedazos de la Luz primordial rota en el instante “t”, viajando, como ondas cósmicas, por todo el universo.
La imagen proviene entonces de esta « catástrofe silenciosa » que sería el cosmos mismo – por la gracia de un oxímoron que quizás sea, sólo un efecto del lenguaje que desconcierte nuestra mente, poco capaz entonces de agarrar las dos extremidades de la cuerda.
Algunos dirían que la Imagen es falsa, arbitraria; pero tengo una disculpa : es que me vino, no tanto del trabajo de S. Talavera, como del de A. Fernández. Como si éste (yo lo decía) “subtitulara” aquél otro. Con Fernández, en efecto, es la escritura frenética de un auténtico índice del Libro-mundo que estamos presenciando. Índice con letras y números, o simples líneas pero siempre con el objetivo de ayudar al habitante del Mundo (y sin duda en primer lugar a A. Fernández) a orientarse. No es sorprendente (como nos informa G. García) que Fernández considere su GPS como vivo, verdaderamente dotado de emoción. Ya que es la Trayectoria de cualquier cosa (y ante todo en la Trayectoria de cada hombre) en la que esta obra se focaliza: para fijarla, para ponerle límites, sobre todo para darle (ahí está su belleza) su enigmático deambular.
A través de la palabra « cosa » la escritura dibujada de Fernández incluye lo vivo, el Hombre, tan bien como la letra, el número (el signo). Y tanto este rayo de Luz que parece fascinarlo, como las entradas y salidas : allí por donde circula, nuestro artista clava su lápiz, su pluma, en un gesto de pescador japonés extendiendo su red en el remolino, en la ola. Allí donde Talavera corta el contacto, para el motor y deja que el polvo (aunque sea rosa, o de la blancura de la goma de borrar) encubra las cosas, los lugares: Fernández, al contrario, nunca deja de poner el contacto, y es cada vez o casi con luces que proceden sus dibujos. Impresión acentuada por estos dibujos y escritos trazados en blanco, sobre fondo negro: donde S. Talavera «agrisa» (si lo puedo decir así) el planeta Tierra, A. Fernández (al menos en esta serie sobre papel negro, muy impresionante por su gran exaltación )- la “blanquea”.
Los dos instrumentistas dicen que tal vez cuando uno escuche un poco más, es posible percibir el ruido de fondo original para uno – la música de las esferas para el otro. Y es el arte de la directora de orquesta Graciela García hacer oír a ambos instrumentistas de concierto – para el mayor placer, y el mayor reconocimiento de los melómanos.
Manuel Anceau
(Texte traduit par Lys Longo-Cotelo)