Llegar a ser océano
Exposición individual en Galería Blanca Soto Arte
16 febrero – 18 marzo 2006
Fotos por Santiago Talavera
Texto expositivo por
Graciela García (spanish)
La casa por fuera es toda blanca. En la cocina, dos jóvenes preparan batidos de fruta escuchando una agradable música que llega a ráfagas desde el salón. Están tan relajadas que apenas se percatan de que sus ropas de catálogo han empezado a mutar adoptando nuevas formas.
A unos pasos de allí el mar comienza a respirar hondo y en su inspirar desaparece. Por aquel entonces el golfista ya se ha cansado de entrenar. Las mujeres acuden al jardín, apartándose los peces y las frutas, y allí juntos, los tres escrutan el horizonte. El mar les susurra que no intenten huir, ellos, obedientes, se quitan los zapatos. Poco después, la gran masa de agua invade la costa con su estruendo: rugidos, golpes, gritos… hasta que el agua llena todos los huecos y el silencio se vuelve mojado.
La casa por fuera es toda blanca, apenas un suspiro del océano y ya no queda nadie. Los padres descansan tranquilos, no se sabe dónde están los hijos, la violencia pasó. Sólo permanece el resto humedecido, el caldo que posibilitará la nueva vida.
La casa por fuera es toda blanca. Tiene un gran porche para tomar el sol en los días agradables y un tejado a dos aguas para que la lluvia la acaricie sin estancarse. Pronto será reocupada. Al comienzo del día tomará aire por las ventanas y al anochecer expirará el cansancio por la chimenea. Los nuevos habitantes convivirán con los secretos que los anteriores guardaron entre los muebles, pensando que siempre podrían ir allí a recogerlos.
Llegar a Ser Océano recoge un conjunto de poemas acuáticos bajo forma de dibujos, pinturas y música, que entran y salen por las ventanas de una casa de miniatura. Mirando a través de las mismas el espectador se convierte en espía de lo minúsculo. Buscará como en un sueño, descubriendo y seleccionando detalles, atisbando por puertas abiertas o entreabiertas, los restos de una inesperada llegada: la de un gran Tsunami Doméstico, o tal vez domesticador.
Le llamamos Tsunami porque no es una ola cualquiera, sino una ola grande y destructiva, una “ola perversa”. Le ponemos un nombre y sin embargo, es ella quien viene a bautizarnos, a domesticarnos, llamándonos a formar parte de nuevo de lo natural. Toda catástrofe natural implica la dialéctica naturaleza-hombre, que se ha interpretado de distintas maneras a lo largo de la historia. Así, en la Antigüedad un maremoto se entendía como un castigo merecido y en la Edad Media como un designio divino. Tan adorado como demonizado, tan necesario como temible, el mar ha sido siempre utilizado por la imaginación del hombre para hablar de sus propios miedos y estados emocionales. Por la fascinación que ejerce y su fuerte carga simbólica arrastrada a lo largo de los siglos, el océano ha permanecido perpetuamente vinculado a la producción artística, pero es quizás con los románticos cuando el arte marítimo europeo vive su época dorada. Llegar a Ser Océano no está tan próxima del tratamiento romántico de la catástrofe (del Pathos y Lo Sublime) como del concepto aristotélico de Catarsis, según el cual la tragedia cumple una función purificadora. Llegar a Ser Océano bebe también de La Gran Ola de Hokusai, en la que partiendo de una observación realista de la naturaleza se expresa el eterno volver a empezar.
Llegar a ser océano habla en definitiva, de un suceso repentino y brutal, destructor y regenerador como la propia vida, que estimula nuestra percepción del paisaje, tanto el natural como el personal. Deambula por la tragedia pero no para recrearse sino para transmitir un mensaje positivo, el de la resiliencia (resistencia de los cuerpos a romperse) la capacidad de una persona o grupo para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves. Parece una realidad confirmada por el testimonio de muchísimas personas que, aún habiendo vivido una situación traumática, han conseguido encajarla y seguir desenvolviéndose y viviendo, incluso, en un nivel superior, como si el trauma vivido y asumido hubiera desarrollado en ellos recursos latentes e insospechados.
Graciela García
Madrid, febrero de 2006