Diálogo de dos emboscados tras un velo
Date : 20 February, 2009
José Luis Serzo
Estaba todo en su sitio, como era de esperar. En todo el macrocosmos. Santiago tenía el sabor del café en su boca mientras abría la gélida puerta de su estudio. Las siete de la mañana. Todavía no había amanecido. Cuando entró estaba todo en su sitio, decíamos, pero aquella fría mañana Santiago no recordaba prácticamente nada, y descubrió su pinturoso laboratorio con los ojos de un niño. Todos aquellos objetos…tan singulares y atractivos… Su amnesia matutina, como consecuencia de una larga e intensa jornada de trabajo, le mostró otro punto de vista hacia su obra, su estudio, su vida.
Las legañas de sus ojos le proporcionaron una visión del panorama cotidiano con un toque brillante y algo velado, como si de una película fantástica de los ochenta se tratara o, bien incluso, como si se encontrara ante una de aquellas imágenes donde una glamorosa Sara Montiel aparece tras el objetivo cubierto por una media.
Pero ahí estaba Santiago, todavía algo somnoliento; ante todos aquellos lápices, papeles, libros, revistas, tijeras, vinilos y piezas de miniatura, lienzos y tablas distribuidos por todos lados; sobre la gran mesa y una moqueta casi impoluta.
-¡ uuuaaaaahhhhhggg…!¿conoces el trabajo de David Schnell? -preguntó Sergeth, tras un estruendoso bostezo desde el otro lado del estudio.
Tras el sonido de ultratumba, Santiago, suficientemente sobresaltado como para terminar de llegar al mundo de los vivos, preguntó:
-¿Cómo dices? ¡Menudo susto me has dado! Ya has vuelto de Hamburgo, por lo que veo… ¿Se puede saber qué haces aquí tan temprano?
Sergeth se acercó con el pelo alborotado, descalzo y con los ojos hinchados.
– Anoche se me hizo muy tarde pintando. Llegué directamente del aeropuerto para zambullirme en el trabajo. No pensaba quedarme, la verdad. Me senté un momento a descansar y… hasta ahora. Tendré que llamar a Michelle, estará algo preocupada.
– No creo que lo esté, ya te va conociendo. ¿El trabajo de quién, dices?
– David Schnell, otro pintor al que incluyen en la nueva escuela de leipzig, como tu querido Matthias Weischer.
– Pues la verdad es que no lo conozco…
– Creo que te interesaría, tiene algo en común con tu trabajo…salvando las distancias, claro está. Al igual que tú, juega con espacios estéticos, ciertamente edulcorados, a punto de saltar o saltando por los aires. ¿Sabes? Anoche no pude contener la curiosidad y estuve merodeando por tu zona. Y, amigo mío, debo decirte que me sorprendí ante la fuerza con la que has trabajado estos dos últimos meses. Has resuelto con mucha coherencia los últimos trabajos, como si hubieras encontrado la clave a sus difíciles acertijos.
-La verdad es que cuando terminé La isla de los voraces se resolvió algo en mi interior y todo fue mucho más fluido.
-Ni que lo digas. La verdad es que la gran diversidad de recursos y la minuciosidad fragmentada que has utilizado en esta ambiciosa obra han tomado una unidad mayor de lo que me esperaba -dijo Sergeth acercando sus ojos hinchados al papel-. Esta obra puede funcionar como un mandala contemporáneo… Es algo hipnótico, sin duda. Despierta con fuerza nuestro niño interno e invita a deambular por todos sus encantadores recovecos…Tu increíble voluntad despertará un sentimiento casi místico en el espectador, dado que se ven pocas obras tan elaboradas como esta -terminó diciendo Sergeth, haciendo una mueca de las suyas con los ojos truncados.
– Creo que no soy consciente de todo lo que he puesto en ella…Si la gente se para a descifrar los símbolos me sentiré, de algún modo, desnudo.
– Que no te quepa duda… Es el resultado de una gran catarsis. Un vómito sublimado. Santiago, ya lo dijimos junto con Arturo: es tu jardín de las delicias particular. Una suerte de autorretrato, la representación de una determinada fase crucial de tu vida. Aquí está todo lo que has deseado y temido.
– Es cierto. Te confesaré que, ahora mismo, no sé si siento alivio, tristeza, orgullo, vacío o plenitud ante esta obra. No sabría si quemarla o sacralizarla.
– Como todas las grandes obras de la humanidad, diría yo. Pero esta gran obra no sólo es tu autorretrato, sino un buen retrato de ésta sociedad actual, tan paradójica y llena de contrastes…Una isla artificial, sostenida y sosteniendo el zigzag entre lo bello y lo siniestro. El caos y el orden. Un retrato de la misma posmodernidad, con una silueta frankensteinizada (menuda palabreja me ha salido) a base de fragmentos. Un gran collage, sí señor. ¿Te haces un café? -preguntó Sergeth sin separar los ojos hinchados del dibujo mientras se rascaba la cabeza.
– Claro, ahora mismo lo hago. ¿Qué tal por Hamburgo?
-Mucho frío, como siempre. Pasamos unas navidades muy entrañables. Aquello te encantaría, Santiago. Tu vena nórdica se encontraría de maravilla por allí. He visto muy buenas exposiciones y… Por cierto, ¿te has dado cuenta de que podríamos estar metidos en un movimiento, a nivel internacional, en el que se vuelven a retomar antiguas fuentes de inspiración? En este caso, renovadas y actualizadas. Una suerte de nuevo romanticismo, cargado de cierta melancolía hacia otro paradigma posible, pero con un componente revitalizado y esperanzador importante. Y aunque algunos de estos artistas incidan frecuentemente en la utopía, en ocasiones se puede convertir en la búsqueda de una ideología revolucionaria, a mi modo de ver. Acuérdate de los artistas seleccionados
en la exposición de Ideal worlds, por poner un ejemplo.
– Puede que sí, pero siempre se han encontrado referentes, coincidencias y similitudes en todas la épocas, sin tener que catalogarse necesariamente como un movimiento propiamente dicho. ¿No crees? Está claro que algo se respira en el ambiente de unos años a esta parte, pero siempre han existido peces a contracorriente… Ahora ya somos muchos los que estamos cansados de cierto rollo imperante. Son pulsiones y focos de resistencia.
– Emboscados… en ocasiones operando como peces piloto de una gran ballena.- Sergeth cogía algunos pequeños cuadros para mirarlos con detalle- En tu caso-continuó el romanticismo se configura con una estética híbrida de continua lucha.
– Sí, la pulcritud del diseño gráfico de obras anteriores contra la revisión del
paisaje (naturaleza) virtual. Es como el proceso de una descodificación digital para volverla de nuevo analógica, humana.
– También se descubren guiños a la historia del arte oriental. Las ruinas, en tu caso, vienen a ser basureros, desguaces, escombros tras un desastre natural. La belleza todavía no campa a sus anchas. Todavía hay mucha batalla por librar, ¿no es así? -dijo Sergeth con cierto tono humorístico.
– Seguramente no tenga que campar a sus anchas, mi querido amigo. Lo mejor de nosotros está cuando removemos las fichas del juego, justo antes de comenzar una nueva partida. Para mí, la belleza está en sacar brillo a la lucha diaria, aprovechar los contratiempos como trampolín a otro escenario o borrar lo que ya existe y sentirnos más livianos. – Sergeth continuaba mirando fijamente uno de aquellos pequeños dibujos, y tras unos segundos prosiguió:
– ¿Sabes? En este cuadrito te pareces a Joseph Beuys…-dijo Sergeth levantando una ceja.
-¿Qué? – preguntó Santiago con otra ceja levantada.
– Si claro, el tío pintaba pequeños paisajes bajo las sillas de grasa y demás objetos, lo que pasa es que nadie las ha visto…Yo anduve con un espejito especial en el Hamburger Kunsthalle y pude descubrir y admirar alguna pintura de estas -dijo Sergth con un tono extrañamente serio, mientras seguía observando de cerca una pequeña pintura del suelo.
-Estás de coña…
-¿Tú qué crees?